EL VIAJE

Por Nadia Kohl.

El escándalo que hacía el caño de escape me hizo saber que ya había llegado. Me visto rápidamente y bajo. Allí estaba él, sonriendo orgulloso junto a su “moto” -que no era más que un rejunte de hierros con motor a punto de explotar. Cargo mi bolso que había dejado en el suelo para examinar tan peculiar vehículo y me subo. ¿Estás seguro que esto va a soportar tanto?¡Claro que sí! ¡Qué desconfiado que sos! Y ahí emprendimos viaje. Yo a él no lo había visto en mi vida pero me llamaba por mi nombre, yo a veces por el suyo y, me iba a quién sabe dónde. Él presenta toda la seguridad del mundo; yo tengo miedo que la moto se rompa y nos tengamos que volver a dedo. En uno de los breves lapsos en los que la moto levanta velocidad, le digo algo al oído que no puede escuchar. Seguimos viaje, quién sabe cuantos kilómetros hicimos. Hay mucha gente aquí y allá. No los conocemos, pero parece que él sí y de toda la vida. Al final la catramina esa aguanta, tenía razón: soy un desconfiado. Paramos. Se pone a hablar con un hombre barbudo, también parecen amigos de años. Que increíble esa capacidad de relacionarse que tiene. Yo miro en silencio a mi misterioso compañero de ruta. Nunca lo había visto en mi vida. Más hombres con barba. Por fin dejamos esa moto, ahora vamos en barco. Es pequeño y somos muchos. A él no le importa, dice que llegaremos igual. ¿A dónde vamos? Llegamos a la costa y nos disparan.
Quedate tranquilo, estos hombres conocen la sierra como nadie, los vamos a vencer a esos desgraciados. ¿Vencer a quién? Lo veo retorcerse en el suelo de un ataque de asma. La gente se agolpa en las calles para saludarlo. Tienen rostros cansados, curtidos por el sol, pero están felices y le sonríen al pasar. Lo saludan a él y a los otros hombres barbudos. Algunos venían en el barco, a otros tampoco los había visto en mi vida. Nos vamos de vuelta, dice que tiene otras cosas que hacer. ¿Y los barbudos? De vuelta en la selva y los accesos de asma. Ahora hay soldados pero no como los otros, no son los barbudos: éstos tienen pelo muy corto y uniforme muy prolijo. Los soldados lo encuentran y se lo llevan, lo quieren a él y a mí ni me ven, es como si no estuviera. Un soldado le apunta firmemente mientras otro le grita, le ordena. Él lo mira a los ojos y le dice algo. Me pregunto en qué estará pensando. El soldado aprieta el gatillo.
Un ruido como el de un disparo me hace despertar sobresaltado. Él, los barbudos, la moto. Me seco el sudor de la frente con la mano y respiro aliviado y con cierta felicidad de encontrarme en mi cuarto. Con razón todo había pasado tan rápido. Con razón me fui de viaje con un desconocido.
Agudizando un poco el oído, escucho que el ruido que parecía un disparo no había cesado sino que había perdido un poco de intensidad. Me asomo a la ventana y ahí lo veo haciéndome ademanes para que me apure y baje. Una vez más, sin saber por qué, me subo a ese rejunte de hierros con motor -al que tan cariñosamente apoda moto- y arrancamos. Ya no es un desconocido, lo vi todo anoche, tengo que avisarle qué es lo que va a sucederle. En uno de los breves lapsos en los que la moto levanta velocidad, le digo algo al oído que no puede escuchar. Seguimos viaje.

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